lunes, 24 de noviembre de 2008

El que Vuela (Final)



La luz de la luna que entraba por la ventana, alumbraba partes de su habitación. la Ventana!. Estaba abierta!. Sintió que su sangre se concentraba en su cabeza. Los latidos de su corazón eran tan fuertes que su cuerpo se mecía al compás de ellos. Estaba inmóvil al lado del interruptor, con los ojos desorbitados viendo la ventana abierta de par en par. Estaba en shock. Ella misma la habría dejado así?. No era posible!. No salía de su asombro, no se podía mover, solo observaba la ventana sin poder reaccionar.

De repente, sintió un movimiento en la esquina de su habitación a la izquierda, justo diagonal a donde ella se encontraba petrificada. Era él, sentado en su sillón de lectura, muy cerca de la ventana. Los rayos blancos que entraban en la penumbra dejaban ver sus ojos felinos. Ojos claros, grandes y penetrantes. Ella, estaba en desventaja. No podría salir por la ventana, él estaba más cerca. Y correr hacia la puerta?, él obviamente la podía alcanzar, no podía moverse, era presa del pánico.

No podía quitarle la mirada. Ni siquiera había logrado sobreponerse. Sólo observaba impávida sin moverse. Empezó a sentir la misma sensación que le había embargado muchas veces cuando pasaba por el árbol. Era una sensación de gran peligro, inexplicable. Sentía su propia vulnerabilidad ante quien tenía en frente. Él era en apariencia como ella, pero ella sabía que él no procedía del mismo lugar. Sus naturalezas eran distintas. La oscuridad que lo rodeaba, no era solo por falta de luz eléctrica. Era propia, él era oscuro y llevaba consigo oscuridad. Su energía era avasallante, su mirada la dominaba. Sabía que sin necesidad de moverse él, conseguiría someterla.

Y ella pensó en algún momento que podría retarlo!. No era cierto. Él había estado jugando con ella todo el tiempo, había logrado presionarla hasta el punto de volar. Esta noche la había llevado al límite y luego, la dejó que pensara que era mucho más fuerte qué el, dejó que se sintiera segura. Que perdiera el miedo. Qué ilusa había sido, pensando que podía con él!. Comprendía ahora, que ella era muy inferior a él, no físicamente sino, por la fuerza que lo acompañaba. Sentía que con solo mirarla podía hacer que doblara sus rodillas y caer al piso, aunque ella tratara de resistirse. Sabia que él la superaba de manera inimaginable para ella. Su fuerza no era como las energías que irradiaban tantas personas que ella había conocido. Era una fuerza distinta. Era pesada y lo suficientemente contundente como para transmitirle, que estaba perdida.

Mientras tanto él la miraba sin parpadear. La veía como una fiera que se deleita ante su presa atrapada y desvalida. La miraba adentro, hurgaba su interior y ella lo sentía; él le permitía que lo supiera y no podía hacer nada. Estaba aterrorizada, no había lugar dónde escapar, ni siquiera en su interior. No había sitio impenetrable para él. No existía manera de escabullirse esta vez. Sintió que sus piernas empezaban a temblarle y no lo podía controlar. Sentía un frío insoportable que la helaba hasta los huesos.

Desde el sillón, podía manejar sus sensaciones. Sólo la miraba y ella sentía cada vez más que la poseía, sentía que sus fuerzas iban desvaneciendose lentamente. No podía pensar en nada. Era como si su propia luz fuese apagándose poco a poco, mansamente, sin resistencias, totalmente sumisa. Sintió una necesidad de acercarse que no podía controlarla, sabía que era él quien la manejaba como a una marioneta. Caminó en su dirección y se detuvo justo frente al sillón a unos cuatro pasos dónde la luz que entraba por la ventana la iluminaba completamente.

Se levantó y se detuvo justo al frente de ella. Estaba tan cerca que podía sentir su aliento, su calor corporal y ese olor particular que podía reconocer a distancia. En ese momento, se sintió liberada de la fuerza que él le ejercía. Era ella. Ahora frente a él, sin ataduras.

A lo sumo tendría unos veintiocho años. Sólo tenía un blue jean y estaba descalzo. Su tez era morena clara y sus ojos se veían como de color verde muy claro, eran grandes, con largas pestañas. Su cabello negro estaba despeinado. Era hermoso y sensual. Ella lo observaba sin emitir palabra. Solo trataba de no perder pista de las sensaciones que iba experimentando en el momento y seguía sintiendo miedo. Miedo a que le hiciera daño, miedo a sucumbir ante su masculinidad, miedo a la tentación de lo oscuro del personaje que estaba en frente de ella, miedo a lo que sucedería en un algún momento y que no pudiese hacer nada para evitarlo.

El dió un paso al frente, sus narices estaban tocándose ahora, levantó su ceja izquierda y de un impulso bajó su cabeza y pasó su lengua desde el nacimiento de su cuello hasta su nariz.

Se sentía erizada, estremecida y temblaba. Estaba aterrorizada y sentía a su vez placer. Sabía que podía dejarla sin vida en los próximos segundos y sentía placer!.

Dió un paso atrás y sonrió de una manera maquiavélica y luego la miró plácidamente. Recorrió su cuerpo con la mirada, respiró profundo para olerla como quien desea tragar de una sola inhalación el mundo, acercó su cabeza y undió su nariz en su cuello, la mordió presionándole con sus dientes hasta que sintiera dolor, pero sin causarle una herida. Restregó su nariz por su pecho, subió nuevamente hasta estar cara a cara y luego se separó.

Las lágrimas de ella empezaron a bajar por su rostro copiosamente y su mirada era de súplica. Ambos sabían que él la tendría en ése momento o en cualquiera que deseara. Ambos sabían que él haría de ella lo que le placiera. También sabían que él no tenía un interés real en ella, sólo se divertía. Y éso era aún más angustiante para ella: Lo deseaba!. No importaba si moría luego, deseaba que él se lanzara sobre ella y la tomara, la bebiera hasta secarla. Estaba claro quién era el dominador y quién el dominado...

En ese momento y de un salto, él calló en cunclillas en el borde de la ventana. Se volteó y la volvió a mirar complacido. Su mirada fue cambiando fue profunda, como deseando dejarle una marca con sus ojos. Dió otro salto y desapareció. Los rayos del alba estaban ya entrando en la habitación.

Ella se dejó desplomar en el piso y lloró. No habían pensamientos, no por lo menos coherentes. Solo una sensación de liberación ante el peligro y a la vez de pérdida. Un sentimiento abrumador que la hacía sentirse tan pequeña!. Tan miserablemente pequeña... Se levantó a duras penas y caminó hasta su cama. Se dejó tumbar y siguió llorando hasta que el cansancio la venció.

Permaneció en cama todo el fin de semana. No le provocaba comer, desconectó los teléfonos. Sólo deseaba estar acostada pensando en lo sucedido. Rememorando cada segundo y reviviendo la escena una y otra vez. Por más que trataba de ordenar todo aquello que había experimentado de una manera coherente en su mente, no lo lograba. No había una explicación que calzara en su mente para todo aquello. Había sido una experiencia que la había superado, que le había mostrado otro mundo afuera y lo peor, otro mundo dentro de ella.

El lunes llamó a la oficina para decir que estaba indispuesta y que no iría a trabajar. Esa noche escuchó el timbre de la entrada. Su corazón se aceleró de momento, luego pensó, no es él. No necesita de ello, para qué tocaría el timbre?. Bajó las escaleras y se dirigió por el jardín hasta la puerta de la calle. Era su hermano menor, estaba preocupado porque no tenía noticias de ella. No le comentó nada. Solo lo escuchó y le dijo no sentirse bien y que por ello había desconectado los teléfonos. Lo invitó a pasar y tomaron un té.

La invitó a su casa a quedarse por unos días, sabía que estaba sola y eso le mortificaba. Ella aceptó. Pasó una semana en casa de él y se sentía tan protegida!, cuánto había necesitado el calor de la familia!. Pero su recuerdo la perseguía, no podía dejar de pensar en el joven alado. Cuando le invadía su imagen sentía angustia y deseaba volver. Cómo era posible que estuviera desesperada por regresar a casa?. Se sentía en el mundo del absurdo, estaría perdiendo la cordura?.

Vicky llegó el lunes siguiente. Jamás le comentó lo sucedido. Volvió a su rutina, aunque el primer mes decidió ir al trabajo en auto. Los pensamientos en el joven alado fueron espaciándose más y más. Aunque sabía que era mejor no encontrarlo, él era el único alado que conocía. A veces, se preguntaba si la seguía esperando en el árbol, si él podría llevarla a conocer a otras personas como ella, si deseaba encontrarla nuevamente, si volvería a verlo. No podía con esa incertidumbre, en algún momento debía enfretar esa calle y reanudó sus caminatas.

Día a día salía de la oficina y miraba la larga avenida que subía en dirección al Norte. Respiraba profundo y comenzaba a caminar en dirección a su casa. Ya no veía a su alrededor, no se maravillaba con los árboles, no disfrutaba del pasar de la gente, no observaba las caprichosas formas arquitectónicas que tanto le habían llamado la atención, hasta hacía tan poco tiempo. Sólo miraba el Ávila y veía sus pasos. Al principio, cuando se acercaba al puente y al árbol sentía que sus latidos se aceleraban, pero eso también fue pasando.

Más de una tarde se subió al árbol de mango a mirar el ocaso, se acurrucaba y esperaba.

FIN.

ORLET LUNA

Noviembre, 2008

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