viernes, 21 de noviembre de 2008

El que Vuela (Primera Parte)




Al que vuela, donde quiera que estés...

Ella vive en Caracas desde que empezó la secundaria hasta el sol de hoy. Teniendo un modesto salario, se amañó para trabajar y vivir en una de las zonas más codiciadas de la ciudad: grandes casas, frondosos árboles, un lugar tranquilo y seguro pese su contrastante mezcla de zona residencial, comercial, de negocios y gourmet. Así es la capital, un collage por donde se mira y se pasa, nada aburrida por demás.

Comparte una gran casa de dos pisos que parece un palacete medieval con una amiga: Vicky, y una hermosa akita roja; las tres viven allí desde hace cinco años, en un espacio como para una familia de seis u ocho personas: cuatro habitaciones grandes con sus salas de baño, dos habitaciones de servicio, cinco baños adicionales, tres salones, un estar, una cocina gigantesca, un jardín cuidado y un estacionamiento con capacidad para doce autos. Aunque ambas tienen sus automóviles rara vez lo utilizan, normalmente disfrutan de caminar y es poco común que salgan de casa. Realmente son algo extrañas, poco comunicativas y bastante reservadas.

Hace tres años que adoptó la costumbre de ir y venir de su trabajo a pié y aunque tiene que remontar de regreso, una pendiente continua como de cinco kilómetros; prefiere ir distraída con el paisaje, los autos y la gente que hacer la larga fila para el autobús. En su aspecto, es alguien bastante común, con un andar de quien está haciendo turismo más que de quien reside en la zona.

Trabaja desde hace diez años en un bufete de abogados, una oficina refinada, sobria, llena de madera, libros y antigüedades que contrasta bastante con su manera de vestir y apariencia en general. A unas seis largas cuadras subiendo y cruzando a la izquierda, y luego, caminando unas siete cuadras muy cortas, se llega a su casa. Al caminar por la calle, bien se pudiera decir que trabaja en una galería de fotografía, un estudio de diseño, un taller de arte, por su estilo peculiar más bien bohemio, pero jamás se pensaría que en un escritorio jurídico.

Vicky tiene unos veintialgo, y ella aparenta unos treinta y cinco, algo retraída; rara vez, se le ve en compañía que no sea de su amiga, la perra, o algún familiar que las visita de tiempo en tiempo. Una que otra reunión con poca gente en casa que suelen hacer cada dos meses con seis u ocho personas. Poco bullicio, poca actividad. Pareciera más bien la casa de dos personas avanzadas en edad y no la de dos mujeres jóvenes.

Ya ha entrado el invierno, oscurece más temprano y con ello empieza su prisa por llegar. Las callecitas solitarias que preceden a el pequeño puente con el árbol gigantesco de mango, justo al inicio de sus pequeñas barandas y luego tres cuadras más allá, está la casa; ninguna tiene alumbrado y tienen un aspecto más bien tenebroso a esas horas.

Ella sabe que no debe caminar por allí sin alumbrado, pero su agrado por el paseo le hace una y otra vez enfilar sus pasos a casa al salir de la oficina, sin pensar que a mitad de camino oscurecerá y empezará su sobresalto y su sexto sentido a trabajar. Hace tiempo que presiente que la observan, sabe que existe alguien al acecho, alguien que la sigue desde arriba, y solo puede ser alguien como ella.

Tiene miedo, al principio pensó que podía ser un ladrón o alguien que deseaba abordarla con alguna mala intención, llegó a pensar en algún vecino sin oficio, que la miraba desde lejos con algún morbo extraño. Pero con el tiempo, comprendió que era alguien como ella, alguien especial, alguien diferente.

Nunca lo comentó con su amiga, jamás le habló de su sensación de persecución, sabía que ella se asustaría y temería por su seguridad. Sus paseos eran algo tan especial, que no deseaba que nadie le recomendara el dejar de transitar libremente su acostumbrado trayecto. Pero sabía que pronto tendría que enfrentarse a ese ser. Cómo sería ese encuentro?, cuál sería la reacción de ambos?, sería mortal?, saldría ilesa? qué deseaba de ella? qué buscaba?.

Una de esas tardes cuando ya llevaba medio camino andado, oscureció más rápido que lo acostumbrado y empezó a llover; eran pocas las gotas pero gruesas, lo que hizo que apurara el paso más por su miedo a que se desatara el aguacero antes de su llegada, que por sus temores acostumbrados. Cuando por fin llegó a la sexta cuadra, que divisó el puente y el árbol, observó el vehículo de su hermano parqueado justo en el puente, con las luces intermitentes y él acompañado por su novia; se asomaban por sobre las barandas del puente.

Sintió el golpe de la sangre en su sién, su corazón se aceleró, y sus pasos se apresuraron tanto en dirección al auto que casi corría. Llegó sin aliento y tratando de mantener la calma, la cordura y la compostura de hermana mayor. Se habían accidentado justo antes de llegar a su casa; su móvil se le había agotado la batería. Sólo restaba llegar a la casa y traer uno de los autos para socorrerlos o en su defecto llamar al servicio de grúas, le dijo el joven. Se sentía tensa, no quería que estuvieran allí y mucho menos dejarlos solos, él era su hermano menor, a quien siempre protegió a pesar de todo.

Su hermano y la novia estaban relajados, despreocupados, tranquilos; dilucidando qué era lo más práctico para todos, y quien iba a por el socorro. Ella por el contrario, no se podía relajar, conversaba, intervenía pero se preguntaba si era la paranoia de siempre o era solo sobreprotección para con su hermano pequeño de casi veinticinco años. La lluvia empezaba a sentirse más.

No era paranoia, sintió el calor subir desde sus pies, luego el frío en sus manos y el corazón que le iba a estallar: Lo siente, está allí en el árbol de mango, está en una de sus ramas, los mira, siente su respiración, puede oler su aliento, su sudor, sabe que está desprovisto de abrigo que acecha desnudo y que está monitoreando cada movimiento, cada palabra con curiosidad y la observa a ella, lo imagina agachado, casi juraría que ésa es su postura, como un felino tras su presa, siente su determinación: se agotó el tiempo y justo esa noche, justo con su hermano allí, se había figurado tantos escenarios de sus propias debilidades ante ese encuentro... pero su hermano? su niño pequeño en medio?. Claro... por qué no lo pensó antes?, olió su temor por el joven, olió su debilidad por él... La conoce.

No lo pensó más, sabía que tenía que actuar rápidamente. Sabía que si ella se ofrecía a ir a la casa sola por ayuda iría tras ella. Solo era pasar la curva y luego unos cien metros y llegaría. No le daría tiempo de actuar, buscaría a su amiga y a la perra y llamaría al servicio de grúa de inmediato y si era necesario a la policía y volvería en el auto para que fuesen más personas a hacerles compañía. No creía que se atrevería a hacer algo con tantos alrededor, no había que temerle ellos eran más. Ya ajustaría cuentas con lo que fuese, sin tener sus afectos y mayores vulnerabilidades en medio.

Así lo hizo y ellos se quedaron tranquilos en el puente junto al auto. Empezó caminando relajada para que ellos no percibieran su alteración, pero se había activado su instinto de supervivencia, su animal dormido, su instinto de preservación de hembra ante una cría desprovista y vulnerable. Su crío. Su niño. Las sensaciones se agolpaban y a medida que las sentía se desprendía de su postura civilizada, de su sentido humano como hoy lo concebimos y de cualquier indicio de racionalidad. Apresuró el pasó, ya no había pensamiento, sólo un instinto animal desbordado. Luego corrió y sin darse cuenta dió un salto de unos cinco metros de altura y de sus omoplatos salieron dos inmensas alas con una extensión de unos dos metros y medio de largo que se extendieron en segundos. La lluvia arreciaba.

Estaba volando!. Se movía con la rapidez, la agilidad y la certeza de un ave de rapiña y la ligereza y destreza del ave más menuda. En segundos estaba en casa entró por una de las ventanas que daba al estar donde estaba su amiga sentada. Y así como aparecieron sus gigantescas alas, volvieron a recogerse dentro de su piel de manera automática, sin dejar marca alguna.

Cuando Vicky la vió entrar palideció, casi se desmaya, luego su cara se torno enrojecida y le gritó:

- Por qué lo hiciste?, prometiste no hacerlo!, sabes que te pones en riesgo!

Ella solo buscaba las llaves del auto y le decía:

- Busca a Hanna tienen que venir conmigo trae tu móvil, de prisa!. Luego te explico.

Llegaron en el auto en minutos. Y la pareja estaba encerrada dentro del automóvil plácidamente escuchando música de la radio. Lo que fuese que acechaba, ya no estaba. Llamaron al servicio de grúas, quienes respondieron al llamado en poco tiempo. Llegaron a la casa, estaban empapados, les facilitaron toallas y ropa limpia para bañarse y cambiarse. Ellos no se imaginaban lo sucedido. Ni Vicky ni ella cruzaron palabras entre sí, hablaban con la pareja, cenaron en silencio y luego les acondicionaron una habitación donde descansar.

Cuando por fin estuvo asolas en su habitación y recordaba lo sucedido, no podía creérselo. Hace cuánto tiempo no volaba?, tendría cinco años a lo sumo?. Hace cuánto que escondía este secreto?. Hace cuánto que no se sentía en armonía con quién era?. Y pensar que todo fue por su hermano, y pensar que fue su instinto de defensa el que la llevó al estado tal de desesperación, que no pudo controlar lo que durante tantos años ha tenido reprimido. Ya pensaba que eran solo fantasías de su niñez, ya se había creído que todo fue un sueño. Apartando el susto que se llevó y la situación de peligro que esa noche sintió, la embargaba una felicidad tal, de por fin confirmar que si era alada, que si era diferente. Y lo que más le excitaba: Se sentía tan bien volar!...

Esa mañana siguiente se levanto rejuvenecida, alegre, con una vitalidad extraña. Vicky no le habló durante el desayuno. Y la pareja apenas lo notaron, estaban discutiendo sobre quién había olvidado hacerle el mantenimiento al auto y apurándose mutuamente, porque el servicio de grúas les vendría a buscar temprano para llevarlos al taller. Ella terminó su desayuno, ayudó a recoger la mesa y lavar la losa y se despidió de todos contenta y se enfiló hacia su trabajo como todos los días. Era otra persona, definitivamente estaba feliz.

Estaba tan feliz, que se permitió ese día algo de irresponsabilidad; le comentó a su Jefe que necesitaba salir más temprano para hacer algunas diligencias, cosa que era falsa. Estaba tan excitada y tan deseosa de estar con la naturaleza que no podía pasar más tiempo encerrada en la oficina, necesitaba aire, necesitaba árboles, y lo más importante: necesitaba pensar en lo sucedido.

Como siempre tomó su rumbo a pie y mientras veía todo a su alrededor, con su acostumbrado gesto de sorpresa, como si jamás hubiese pasado antes por allí, reflexionaba de lo que había sentido y de todos estos años de reprimir algo que estaba en ella, que nació con ella, y que definitivamente influía en todo su ser. Ya entendía porque era adicta a sus caminatas, era lo más parecido que podía experimentar a volar, aunque la noche anterior confirmó que eran dos experiencias que ni remotamente se parecían.

Llegó a la casa como a las dos de la tarde. Vicky estaba en el patio trasero lavando su auto y jugando con Hanna. Ella entró por la puerta del frente y subió por las escaleras a su habitación y se dirigió a la ventana. La abrió y desde allí observaba a su amiga jugar con la perra y lavar el auto. Miró el cielo, estaba limpio después de tanta lluvia, era un azul brillante y sin nubes. En otro momento de genuino instinto, de un solo salto se encontró en cunclillas en el borde de la ventana, mirando a su amiga, miraba el cielo, miraba los árboles, ya no pensaba, otra vez la fuerza que la inundó ayer estaba presente...

Saltó y dió una voltereta en el aire y de los costados de su espalda volvieron a extenderse las alas, pero además emergió en la espalda, a la altura de su cintura, una especie de uña gigante o escama gigante; que cubría desde sus cintura hasta casi el total de sus nalgas, separada como cinco centímetros de su cuerpo al final, y que con el movimiento de sus caderas hacia atrás, presionándose contra ella, permitía que quedara suspendida en el aire. Entonces, a la luz del sol, pudo admirar sus alas, eran de plumas grises y blancas. Eso la tranquilizó, si tenía plumas grises no era un ángel, cosa que no era de su interés. Pero entonces, qué era?. Su excitación era tal que no pudo fijar por mucho tiempo su mente sobre ésa reflexión.

Empezó a hacer piruetas en el aire como jamás soñó que podía hacerlas, ni ella ni ser alado alguno. Se dejaba caer en picada, luego hacía un tirabuzón, luego un triple salto mortal, daba vueltas y se divertía como una ave en plena adolescencia!. Fue cuando empezó a escuchar unos gritos lejanos, histéricos desde abajo y miró. Era su alterada amiga, que desesperada llorando le pedía que no lo hiciera. Cuando llegó al piso, de inmediato sus alas y la especie de escama se escondieron en su carne sin dejar rastro alguno. Ella miraba a su descompuesta amiga con una expresión de estar en un estado de éxtasis. Y Vicky, lo que hacía era gritarle que no lo hiciera, que si la descubrían se la llevarían y quién sabe qué harían con ella, que la tratarían como a una cosa rara o un animal de laboratorio, que no deseaba ese destino para ella, prácticamente además de regañarla como a una niña, le suplicó que no se expusiera. Tardó unas horas en calmar a su amiga y sólo lo logró, bajo el compromiso de no volver a hacerlo. Pero ella no sentía necesidad de hacerlo nuevamente, había experimentado lo que necesitaba y visto lo que tenía que ver, no era para ella necesario abandonar su cotidianidad, total!, hace años que vivía así y se sentía bien...

ORLET LUNA

Noviembre, 2008

1 comentario:

LaPolachini dijo...

Atrapada por "El que Vuela"...
esperando... para seguir... leyendote...
Sigues sorprendiendome...